La Iglesia es - en el mundo - el sacramento
del Reino de Dios, un signo visible que anticipa en el tiempo lo que está
reservado a la humanidad en la eternidad, atrayendo - por el testimonio de la
fe, la esperanza y la caridad - las mujeres y hombres de todos los tiempos
y lugares.
La Iglesia es el Cuerpo Místico de
Jesucristo - Su Cabeza. En Ella hay muchos miembros y cada cual tiene su
función que visa el bien y la armonía del conjunto. La Iglesia existe para
evangelizar, para hacer presente el Reino de Dios en el mundo. Todos los
miembros - cada cual conforme los dones recibidos por el Espíritu Santo -
colaboran activamente para que la Iglesia alcance la finalidad que Jesucristo
le atribuyó.
Los miembros de la Iglesia poseen la misma
dignidad ante Dios, sobre todo gracias a los sacramentos del Bautismo, la
Eucaristía y la Confirmación. Son todos sacerdotes, profetas, reyes y
misioneros.
El sacerdocio ministerial - que la Iglesia
confiere a los diáconos, a los presbíteros y a los obispos a través del
sacramento del Orden Sagrado, luego de la indispensable formación filosófica,
teológica y pastoral - está al servicio del sacerdocio común de los fieles,
ejercido por las laicas y laicos comprometidos en las diversas comunidades,
pastorales y movimientos de la Iglesia, y también en la familia y en el mundo
del trabajo, la educación, la cultura, la economía, la política etc.
Para que ejerzan con la debida
responsabilidad su sacerdocio común, los fieles reciben la indispensable
formación catequética inicial y permanente; algunos tienen la oportunidad de
profundizar la propia formación estudiando teología para laicos.
Aunque sea conducida por el Espíritu Santo
y alimentada por la Palabra de Dios y por la Eucaristía, la dimensión humana de
la Iglesia sigue presente y puede manifestarse en la infidelidad en el
ejercicio de su misión evangelizadora, seguramente influenciada por los valores
contrarios al Evangelio presentes en la sociedad.
Los miembros de la Iglesia son
continuamente llamados a la conversión, al cambio de mentalidad y de actitud, a
fin de vivir más plenamente su unión con Jesucristo y ser en el mundo un signo
de la presencia del Reino de Dios.
Teniendo como principio la práctica de la
corrección fraterna enseñada por Jesucristo en el Evangelio según Mateo,
también los fieles laicos pueden (y deben) ayudar los ministros ordenados a
reconocer las propias limitaciones humanas y abrirse a la gracia de la
conversión y de la vida nueva.
En el plan individual, son importantes las
conversaciones interpersonales, basadas en la sinceridad, la firmeza y la
ternura. En el plan pastoral, son importantes los espacios formales para
evaluaciones, tanto de las actividades cuanto de quienes las ejercen, siempre
en vista de la excelencia de la evangelización.
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