Materialmente hablando, la cruz fue un
instrumento de muerte utilizado por pueblos antiguos para torturar y exponer
públicamente las personas que amenazaran el orden impuesto por quienes ejercían
el poder, muchas veces de modo autoritario y violento.
El imperio romano adoptó la crucifixión
como práctica de tortura – en la Palestina de la época de Jesús - y la utilizó
incontables veces para intentar controlar los movimientos religiosos de
carácter político contrarios a la dominación extranjera entre los judíos.
El Hijo de Dios hecho Hombre - Jesús de
Nazaret - fue considerado una persona que amenazaba el orden impuesto por los
romanos. Ellos llegaron a esta conclusión influenciados por las autoridades de
los judíos, que se sentían amenazados por las enseñanzas y prácticas de Jesús,
que cuestionaban sus tradiciones religiosas.
Juntamente con otros dos hombres, Jesús fue
crucificado y, hasta que llegara a la muerte, Él pasó por dolores físicos
atroces, además de la humillación y vergüenza, del abandono.
La resurrección de Jesús, tres días luego de su crucifixión, transformó aquel instrumento de muerte en fuente de salvación eterna para todos que creen en Él.
La resurrección de Jesús, tres días luego de su crucifixión, transformó aquel instrumento de muerte en fuente de salvación eterna para todos que creen en Él.
Simbólicamente hablando, la cruz representa
toda clase de sufrimiento físico, psíquico y espiritual que resulta del anuncio
del Reino de Dios, que surge de causas naturales, que es infligido por una
persona sobre otra. Puede ser persecuciones, enfermedades, humillaciones etc.
En la actualidad, existen algunas
denominaciones cristianas que, para conquistar nuevos adeptos, evitan hablar de
los sufrimientos que suelen acompañar las personas que profesan con los labios
y que demuestran con la vida su fe en Jesucristo, prefiriendo hablar - de un
modo simplista - que Dios bendice los buenos mientras los malos padecen
sufrimientos. Inclusive dentro del cristianismo católico es posible encontrar
algunas expresiones de esa mentalidad y discurso.
Estamos convencidos de que no sería
auténtico un cristianismo sin cruz. Sería parcial, limitado, tendencioso y, en
última instancia, falso y mentiroso.
Por tanto, con los labios, anunciemos que
la Cruz de Cristo es la fuente de nuestra salvación eterna y, con la vida,
demostremos que las cruces físicas, psíquicas y espirituales de cada día,
soportadas con fe y amor, son nuestra manera de completar en nosotros lo que
falta al sufrimiento redentor de Cristo en favor de la Iglesia.
Y, por supuesto, manifestemos nuestro
repudio a todo sufrimiento impuesto a los seres humanos, a los hijos de Dios, y
ayudemos las personas a cargar las propias cruces con dignidad.
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