Siendo imagen y semejanza de Dios justo, el
hombre es llamado a vivir en la justicia y a promocionarla. Para ayudarle en
esa tarea, Dios dio a conocer al hombre Su voluntad a través de los
mandamientos. El conocimiento de la voluntad de Dios permitió que el hombre
conociera también las propias limitaciones pues, queriendo hacer el bien, hace
el mal que no quiere. Para ayudarle, Dios envía al hombre Jesús y el Espíritu
Santo y, por el sacramento de la Eucaristía y de la Reconciliación, da al
hombre Su Gracia para avanzar en la vivencia y en la promoción de la justicia,
esperando la vida eterna, fruto de la justicia divina, plenamente manifestada
en la muerte y resurrección de Jesús. Inspirándose en la justicia divina y en
la sabiduría acumulada de la humanidad, el hombre va creando y consolidando
instituciones que visibilicen la justicia en las causas personales y sociales,
buscando corregir los propios errores.
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