El Primer Testamento registra la fe de los
judíos de que Yavé - su Dios - eligió Israel de entre todas las naciones -
inclusive las naciones más poderosas económica y militarmente - para ser su
pueblo electo, liberándolo de las más diversas formas de esclavitud y
violencia. Israel era una muestra de lo que Yavé quería hacer con las demás
naciones que llegaran a creer en Él.
Las cuatro versiones del Evangelio
registran la fe de los cristianos de que Jesús - Dios Hijo hecho Hombre -
eligió los más pequeños - niños, viudas, extranjeros, enfermos, samaritanos,
prostitutas, pobres, pecadores - de entre todos los judíos para conformar el
“nuevo pueblo de Dios” - la Iglesia, liberándolos de la influencia del mal y de
sus manifestaciones en la religión y la política en Israel. Los pequeños eran
una muestra de lo que Jesús - a través de la Iglesia - quería hacer con las mujeres
y hombres de todas las naciones que llegaran a creer en Él.
Los Hechos de los Apóstoles y las cartas
pastorales del Segundo Testamento registran que los Apóstoles y las primeras
comunidades cristianas - afrontando profundas resistencias, tanto entre los
judíos de Palestina cuanto entre los no judíos desparramados por el Imperio
Romano - entendieron y pusieron en práctica las opciones de Jesucristo,
animados por el poder del Espíritu Santo.
Saltando velozmente el tiempo y el espacio,
los obispos de la Iglesia Católica en Latinoamérica y el Caribe - reunidos en
conferencia en la ciudad de Puebla de los Ángeles (México, 1968) y luego en la
ciudad de Medellín (Colombia, 1979) - hicieron una “opción preferencial por los
pobres”, en nombre de los católicos del continente latinoamericano, seguramente
influenciados por la Doctrina Social de la Iglesia y, más particularmente, del
Concilio Ecuménico Vaticano II.
Para los obispos latinoamericanos, los
pobres tienen rostro: son indígenas cuyos ancestros fueron diezmados por los
colonizadores europeos; son afro-descendientes cuyos ancestros fueron
violentamente traídos de África, esclavizados y, “terminada” la esclavitud,
fueron abandonados a la propia suerte; entre otros grupos, como campesinos,
obreros mal-remunerados etc. Los pobres de Latinoamérica y del Caribe esperaban
de la Iglesia que les testimoniara un Cristo libertador que, en el misterio de
la Encarnación, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con Su pobreza.
Los cristianos tienen un ojo en el tiempo
presente y las actuales situaciones de injusticia y miseria, y el otro ojo en
el tiempo pasado y sus inolvidables atrocidades, cuyas consecuencias siguen
siendo sentidas en la actualidad. El Cristianismo conserva la incómoda memoria
ante una sociedad que insiste en nivelar las personas y convencer los
ciudadanos de que a todos son dadas las mismas oportunidades, bastando que
ellos aprovechen los chances, como se todos partieran del mismo punto común.
Para el cristiano, sí, es legítimo el trato
preferencial dado en la actualidad a los descendientes de pueblos que sufrieron
violencia e injusticia sociales en el pasado. Reconocemos que los pueblos
tienen derecho a defender sus valores culturales y tradicionales, como las
tribus indígenas y las comunidades quilomberas, con idioma propio y una
religión ancestral. Aunque presentemos a ellos nuestra fe y los valores de la
cultura occidental y cristiana, respetamos su visión de mundo y nos empeñamos
que también ellos tengan acceso a la educación, la salud, la defensa de sus
legítimos derechos. Para tanto, necesitan tener acceso a la educación básica,
profesional y académica, a la cual estuvieron históricamente privados, aunque
las constituciones nacionales aseguren la igualdad de condiciones.
Desafortunadamente existen, sí, personas
que adoptan una postura victimista por su origen étnica. Pero no podemos hacer
de las excepciones una regla que sirve para todos. Por eso es siempre
importante, además de asegurar oportunidades de acceso a la educación y la
representatividad, fortalecer políticas afirmativas de la unidad en la
diversidad.
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