Los cristianos eligieron la fecha 25 de
diciembre - día más claro del año en el hemisferio norte, cuando la antigua
cultura grecorromana celebraba el Sol invicto - para hacer la memoria del
nacimiento de Dios Hijo hecho Hombre, Jesús.
Se trata de la segunda más importante
fiesta de la liturgia cristiana, después de la resurrección, en la Pascua. Es
una fiesta tan solemne, que tiene duración de ocho días, seguidos de algunas
semanas, hasta la Solemnidad del Bautismo del Señor.
Cuatro domingos antes de la Navidad, los
cristianos inician su preparación espiritual, que justamente inaugura un nuevo
Año Litúrgico. Ese tiempo de preparación recibe el nombre de Adviento, una
palabra que significa llegada.
La espiritualidad de ese tiempo litúrgico
es penitencial, reservando la alegría y el clima festivo para la solemnidad de
la Navidad.
Todo en la liturgia invita a la reflexión y
a la conversión personal, familiar, comunitaria y social: el color morado de
los ornamentos y vestimentas, la ausencia del Himno de Alabanza, la ausencia de
flores, los cánticos más suaves en vez de eufóricos, los instrumentos menos
ruidosos etc.
El tiempo litúrgico del Adviento está
organizado en dos etapas distintas y complementares: antes y después del día 16
de diciembre. En la primera etapa, más larga que la segunda, se reflexiona
sobre la segunda venida de Jesucristo, revestido de gloria, para juzgar a vivos
y muertos, y, a la vez, se recuerda la promesa de Dios a través de los profetas
de enviar el Mesías Salvador, cuya venida debería ser preparada a través de la
penitencia y conversión.
La segunda etapa del tiempo del Adviento
coincide con los ocho días anteriores a la Navidad, en los cuales se reflexiona
sobre los acontecimientos que precedieron el nacimiento de Dios Hijo, volviendo
el corazón hacia la Virgen María y el carpintero José, hombre justo.
Merecen destaque la corona del Adviento y
el tercer domingo. Para marcar la sucesión de las cuatro semanas preparatorias,
las comunidades - y algunas familias - adornan cuatro grandes velas y las
encienden solemnemente, una a cada semana, en la intención de que se disipen
las tinieblas del mundo y de los corazones con la claridad del Mesías Salvador.
Los colores de las velas son: primero la verde, después la roja, luego la
morada y, finalmente, la blanca.
El tercer domingo recibe el nombre de
“Gaudete”, que significa alegría. Es especial porque recuerda a la comunidad de
los fieles la cercanía del nacimiento del Mesías Salvador. Aunque no se entone
el Himno de Alabanza ni haya flores, la alegría se expresa a través del color
litúrgico rosado presente en los ornamentos y vestimentas.
La Iglesia orienta que los fieles celebren
el perdón de sus pecados a través del sacramento de la Reconciliación al menos
una vez por año, preparándose para la solemnidad de la resurrección de Jesús,
en la Pascua. Sin embargo, debido a la dimensión penitencial del tiempo del
Adviento, la Iglesia recomienda a los fieles que, llegando el final del año y
reflexionando sobre las vivencias y realizaciones, igualmente busquen el perdón
sacramental, para que el corazón sea un lugar digno para acoger al Niño Dios
que nace.
Vivamos intensamente el tiempo litúrgico
del Adviento, preparándonos de modo personal, familiar, comunitario y social.
Valoremos la novena de Navidad, preferencialmente rezada en familia y por las
casas, como Iglesia evangelizadora en salida, aprovechando la sensibilidad
espiritual de las personas y de las familias por ocasión del fin del año.
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