Para comenzar la conversación: Dios creó
cada mujer y hombre para Sí. Venimos de Dios y a Él debemos volver. Dios
permite que existamos para que cumplamos una misión. Estamos en este mundo como
extranjeros, peregrinando hacia nuestra patria definitiva que es la
eternidad feliz junto a Dios.
Fuimos creados por el Padre, redimidos por
el Hijo y santificados por el Espíritu Santo para la salvación eterna, y no
para la perdición. Dios no siente ninguna satisfacción en condenar la mujer y
el hombre; al revés, Él ha hecho todo lo que está a Su alcance para que, una
vez concluida su existencia terrenal, el ser humano viva eternamente junto a
Él.
En la eventualidad de que alguien no llegue a la patria definitiva, la responsabilidad no es de Dios, sino de la persona que no supo aprovechar las inúmeras oportunidades ofrecidas por Él.
En la eventualidad de que alguien no llegue a la patria definitiva, la responsabilidad no es de Dios, sino de la persona que no supo aprovechar las inúmeras oportunidades ofrecidas por Él.
La salvación eterna recibe varios nombres:
“cielo”, “paraíso”, “Jerusalén celestial” etc. En la verdad, no se trata de un
“lugar físico o material”, sino de una realidad completamente nueva en la cual
todo y todos existen en Dios y para Dios.
Los autores bíblicos y los artistas suelen
referirse a la realidad de la salvación eterna basándose en la experiencia
humana de belleza y armonía. El “cielo” suele ser representado como un jardín,
con verdes pastos, árboles fructíferos, pájaros en los cielos, ríos con aguas
cristalinas, personas sonriendo.
Algunos se refieren al “paraíso” como un
palacio real donde Dios está sentado sobre un trono, con corona, cetro de
poder, anillo de autoridad, vestes espléndidas, rodeado de servidores, de un
numeroso coral de voces e instrumentos.
Sin duda, se trata de una bella experiencia artística; pero no debemos absolutizar tales expresiones, pues la salvación eterna es infinitamente superior a lo que nuestros sentidos humanos son capaces de captar y nuestra inteligencia es capaz de imaginar.
Sin duda, se trata de una bella experiencia artística; pero no debemos absolutizar tales expresiones, pues la salvación eterna es infinitamente superior a lo que nuestros sentidos humanos son capaces de captar y nuestra inteligencia es capaz de imaginar.
Vale recordar que, según la fe cristiana,
la salvación eterna es para el ser humano completo - cuerpo, mente y espíritu.
De pronto a causa de la evidencia del cadáver sepultado, muchos cristianos,
seguramente influenciados por otras tradiciones religiosas, creen y enseñan que
la salvación de Dios es solo para el alma. Pero eso no es correcto.
Así como Jesucristo, cuyo cuerpo realmente
pasó por la experiencia de la muerte física, está resucitado con un cuerpo
glorioso, también los cristianos creemos que, en la eternidad feliz junto a
Dios, tenemos la resurrección de la carne, y nuestro cuerpo alcanza su
expresión más plena, revestido de la gloria de Dios.
Respecto del tiempo, así como Dios es
eterno y no está sometido a la sucesión de las horas, de los días y de los
siglos, sino simplemente existe - sin pasado, presente o futuro -, los
cristianos creemos que, en la eternidad feliz junto a Dios, no hay referencia
al tiempo cronológico.
En otras palabras, al morirse, la persona
inmediatamente ingresa en la eternidad, sin necesidad alguna de “esperar”. La
sucesión del tiempo es una realidad solo para los vivos; los muertos ya no
están sometidos al tiempo.
En la segunda venida de Cristo, revestido de Su gloria, en la plenitud de los tiempos, los vivos serán juzgados junto a los muertos, a fin de que sean admitidos a la salvación eterna, de que ingresen a la patria definitiva, excepto quienes, libremente, por palabras y obras, rechazaron a Dios y la gracia que Él ofrece en Su Hijo Jesucristo, por el Espíritu Santo.
En la segunda venida de Cristo, revestido de Su gloria, en la plenitud de los tiempos, los vivos serán juzgados junto a los muertos, a fin de que sean admitidos a la salvación eterna, de que ingresen a la patria definitiva, excepto quienes, libremente, por palabras y obras, rechazaron a Dios y la gracia que Él ofrece en Su Hijo Jesucristo, por el Espíritu Santo.
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