quarta-feira, 27 de novembro de 2019

¿Cómo transformar nuestras familias en "iglesias domésticas", en "santuarios de la vida"?


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Dios ama las familias. Él mismo es una familia divina, formada por el Padre-Creador, el Hijo-Redentor y el Espíritu Santo-Consolador. Es una familia donde reina el amor, la complicidad, el orden, la donación, la abertura, la solidaridad, la corresponsabilidad, la autenticidad, la sencillez, la comunión.
Este amor divino por las familias llegó al punto de que Dios mismo quiso, en el misterio de la encarnación de Dios Hijo hecho Hombre, formar una familia con la Madre María y el Padre adoptivo José, en el hogar feliz y sagrado en Nazaret de Galilea.
Por estas razones y muchas otras, se vuelve evidente la inmensa dignidad de la familia, que no limita cada uno de sus miembros, sino que, al revés, permite a sus integrantes crecer en su abertura al otro y en la capacidad de amar hasta las últimas consecuencias, alcanzando la madurez y la felicidad.
La familia realmente es una Iglesia doméstica y un Santuario de la vida. Si la familia dejara de serlo, estaría frustrando su propio objetivo e inspiración. Pues la familia es más que un conglomerado de personas que viven juntas por razones meramente económicas, regida por un contrato civil que impone derechos y deberes.
Cada miembro de la familia necesita empeñarse de verdad para que, ante Dios y la sociedad, sea cada vez más evidente su realidad como Iglesia doméstica y como Santuario de la Vida. La madre, el padre, las hijas e hijos, las hermanas y hermanos, las tías y tíos, las abuelas y abuelos, las sobrinas y sobrinos, las nietas y nietos - definitivamente, todos - necesitan estar comprometidos con la identidad profunda de la familia. No es posible improvisar. No es un juego, algo sin importancia, secundario.
La familia es cada vez más una Iglesia doméstica cuando sus miembros están comprometidos con la oración personal y también familiar, alrededor de la Palabra de Dios, leída y meditada - fortalecida por la oración comunitaria y litúrgica, especialmente en el sacramento de la Eucaristía - al comenzar y culminar el día, antes de las comidas, en las bendiciones de los padres y abuelos a los hijos y nietos, en los objetos religiosos presentes en los ambientes de la casa (crucifijo, imágenes, cuadros, oratorio familiar) y, principalmente, en el amor y respeto entre sus miembros, en la capacidad de comprender y perdonar, en la corresponsabilidad en las tareas domésticas, en la alegría de la sencillez etc.
La familia es cada vez más un Santuario de la vida cuando sus miembros están comprometidos con la maternidad y paternidad responsables, con la educación humano-cristiana de sus miembros, con el debido honor al padre y la madre, en la atención preferencial a los enfermos y ancianos, en la valoración de la persona más que las tecnologías, en el cuidado a las mascotas y las plantas y jardines, en la abertura de la caridad a los amigos y vecinos, especialmente las personas más carenciadas y necesitadas, en la defensa de la vida desde su etapa intrauterina hasta la muerte natural.
Mirando el ejemplo de la familia divina - el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo - y la Sagrada Familia de Nazaret - Jesús, María y José - esperamos que todos los cristianos se empeñen para apoyar a las familias para que sean, de verdad y decididamente, Iglesias domésticas y Santuarios de la vida, esperanza del mundo.



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