Como lo sabemos, los sacramentos son signos
eficaces de la presencia y la acción redentora de Cristo en las más importantes
etapas de la vida de los fieles, de modo individual y también comunitariamente.
Aunque tenga poder y libertad suficientes
para actuar solo - recordemos cuando el mundo fue creado y cuando Jesús aceptó
morirse en la cruz para la salvación de la humanidad -, Dios quiere la
colaboración de la mujer y del hombre para que Su Gracia llegue a los corazones
y en ellos crezca.
Mirando hacia Jesús - especialmente durante
su vida oculta en Nazaret -, Su Madre María y José, Su Padre adoptivo, fueron
importantísimos colaboradores de Dios, mientras Su Gracia crecía en el corazón
de Dios Hijo hecho Hombre.
El sacramento del Bautismo generalmente es
administrado a los bebés, que poseen una consciencia mínima de la Gracia que
reciben. Cuando alcanza el uso de la razón, acoge el anuncio completo de la fe
y realiza una profunda experiencia de la presencia y la acción de Dios en su
vida, el fiel joven o adulto confirma el propio Bautismo recibiendo la Unción
plena del Espíritu Santo por el oleo del Santo Crisma. Y cuando discierne la propia
vocación de servicio, decidiéndose por el Matrimonio, por la vida conyugal y
por la constitución de la propia familia, el fiel pide y recibe la Gracia de
Dios para amar con el amor de Cristo-Esposo por la Iglesia-Esposa.
El propio fiel - sobre todo a partir de la
juventud y la edad adulta - es definitivamente el primer y principal
responsable por la Gracia de Dios recibida a través de los sacramentos, a fin
de que ella crezca en su corazón. También tienen importante responsabilidad por
el crecimiento en la Gracia de Dios la madre y el padre de quien recibió los
sacramentos del Bautismo, la Confirmación y el Matrimonio. Participan de esta
responsabilidad la madrina y el padrino, debidamente elegidos, sea por el
propio fiel, sea por la madre y el padre. Finalmente, la propia comunidad de
los fieles, por el testimonio del amor fraterno y de la fe vivida con alegría y
transmitida con entusiasmo, es igualmente responsable por el crecimiento en la
Gracia de Dios.
Sabemos que entre los miembros de las
familias y entre los amigos existe respeto, confianza y afinidad, que motivan
las personas a elegir madrinas y padrinos para el Bautismo de sus hijas e hijos
o para la propia Confirmación o Matrimonio.
Sin embargo, para que puedan ejercer
adecuadamente la función que se espera de una madrina, de un padrino, las
personas deben dar testimonio de la propia fe vivida en comunidad, habiendo
ellas mismas recibido primeramente el Bautismo, la Confirmación y el Matrimonio
- excepto cuando se trata de un/a religioso/a, un ministro ordenado o una
persona soltera fuera de una unión libre.
Por eso, es muy importante que, antes de
invitar un familiar o un amigo para ser madrina o padrino de los sacramentos
del Bautismo, Confirmación o Matrimonio, el fiel o su madre y su padre averigüen
si los candidatos reúnen las condiciones mínimas recomendadas por la Iglesia,
para evitar trastornos innecesarios.
En última instancia, se espera de las madrinas y
padrinos que sean un buen ejemplo e inspiración para sus ahijadas e ahijados,
acompañándolos de cerca y dándoles consejos cristianos en momentos de crisis o
de dificultad, especialmente en la ausencia momentánea o definitiva de la madre
y padre biológicos.
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