Las migraciones siempre existieron en la
historia de la humanidad. Por migraciones entendemos la movilidad de personas,
familias y grupos sociales de un lugar a otro, tanto dentro del propio país
como a otra nación. Vale recordar que los Derechos Universales aseguran a la
persona la posibilidad de migrar a otra región conforme sus legítimos
intereses, obligando los países a acoger los migrantes, a darles condiciones de
obtener ciudadanía, de ser amparados jurídicamente, con derechos y deberes
civiles.
Por lo general, al menos las grandes
religiones monoteístas (Judaísmo, Cristianismo e Islam), tuvieron en el pasado
y todavía tienen en el presente grandes experiencias migratorias, que acabaron
despertando en ellas una aguzada sensibilidad por los migrantes. Importantes
personajes en sus libros sagrados pasaron por la experiencia de la movilidad y
sus infortunios.
Podemos recordar los patriarcas Abraham,
Isaac y Jacob, Moisés y la huida de Egipto, el Destierro o Exilio en Babilonia,
la diáspora de los judíos, cristianos y musulmanes a diversas regiones del
mundo antiguo, los viajes misioneros del apóstol Pablo y sus compañeros etc.
En la actualidad, el fenómeno de las
migraciones internacionales se ha intensificado a causa de la violencia
política, la persecución religiosa, la miseria económica, la falta de
oportunidades de desarrollo y trabajo, la realidad de la guerra y del tráfico
de drogas, entre otros motivos.
El número excesivo de migrantes ha
desafiado la capacidad de acogerles debidamente, sin descuidar de los derechos
de los ciudadanos nativos y sus legítimas necesidades, como vivienda,
alimentación, salud, educación, trabajo, transporte, seguridad etc.
Después de un período de grandes
facilidades migratorias, muchos países en la actualidad han dificultado el
ingreso de extranjeros, inclusive por razones turísticas, estudiantiles y
laborales. Hay una tendencia cada vez más creciente de rechazar los migrantes
supuestamente para mantener los derechos de los ciudadanos nativos.
Desafortunadamente esa actitud ha
alimentado la xenofobia, que es el cierre en la propia cultura nacional,
rechazando la contribución de las personas procedentes de otras regiones del
mundo, de modo consciente o inconsciente.
Los cristianos, por razones humanitarias y religiosas, deben acoger los migrantes y trabajar para que sus legítimos derechos sean asegurados, conforme las leyes internacionales. Deben participar activamente de espacios para discusiones de las cuestiones migratorias, apoyando políticas públicas en favor de los migrantes, especialmente de los niños, ancianos y físicamente fragilizados, fortaleciendo la política internacional y las causas humanitarias en favor de los países en guerra o que sufrieron tragedias naturales.
Los cristianos, por razones humanitarias y religiosas, deben acoger los migrantes y trabajar para que sus legítimos derechos sean asegurados, conforme las leyes internacionales. Deben participar activamente de espacios para discusiones de las cuestiones migratorias, apoyando políticas públicas en favor de los migrantes, especialmente de los niños, ancianos y físicamente fragilizados, fortaleciendo la política internacional y las causas humanitarias en favor de los países en guerra o que sufrieron tragedias naturales.
El Papa Francisco ha insistido mucho en el
cuidado a los migrantes, recordando la enseñanza de Jesucristo: “Fui forastero,
y me recogistes” (Mateo 25, 35c).