La felicidad es una sensación que nosotros
los seres humanos tenemos cuando estamos en compañía de las personas que amamos
y que nos aman, cuando compartimos conocimientos y habilidades con las
personas, cuando realizamos actividades que distraen y relajan, cuando
alcanzamos los resultados deseados, cuando llegamos a ser todo lo que somos
capaces, cuando superamos miedos y traumas, cuando expandimos los sentimientos
y nos congregamos en fraternidad, cuando hacemos las personas y el mundo
mejores etc.
Nacemos para ser felices, realizando
nuestras capacidades físicas, psíquicas y espirituales. La felicidad necesita
ser experimentada durante el camino y no solo en la llegada.
Debemos invertir todos nuestros recursos para alcanzar la felicidad y mantenerla, aún en los momentos de tribulaciones y dificultades, de enfermedades y muerte.
Debemos invertir todos nuestros recursos para alcanzar la felicidad y mantenerla, aún en los momentos de tribulaciones y dificultades, de enfermedades y muerte.
Por supuesto que, para alcanzar y mantener
así la felicidad, es necesario proyectarse para más allá del angosto horizonte
del espacio y del tiempo, es necesario estar en comunión de amor con Quien nos
creó, Quien nos redimió, y Quien nos santifica.
La felicidad es el resultado de un esfuerzo
personal, pero también de un conjunto de decisiones sociales, políticas y
económicas que afectan los ciudadanos y que facilitan o estorban el alcance de
la felicidad.
Ser feliz no significa estar sonriendo a
todo momento ni dar carcajadas - aunque sean manifestaciones de personas
felices. Una persona puede experimentar la felicidad sin euforia, especialmente
en momentos difíciles.
No debemos acostumbrarnos a vivir sin
felicidad. Dios desea que seamos felices - no de modo egoísta o individualista
- sino en la búsqueda por la felicidad colectiva. Nadie tiene el derecho de
estorbar la felicidad de los otros.
Vivamos felices en el conocimiento de la
Voluntad de Dios y en su realización.
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