El dinero fue una invención humana para
reemplazar las antiguas prácticas comerciales basadas en el intercambio de
mercancías y productos, facilitando su compra y venta.
Para la propia subsistencia y también para
la de su familia, las mujeres y hombres necesitan el dinero, honestamente
obtenido por el trabajo realizado o por el servicio ofrecido.
Para que Dios “dé el pan de cada día”, la
persona necesita ejercer alguna actividad para generar renta y, a la vez,
permitir el desarrollo de la sociedad en la administración de los bienes
públicos.
En realidad, el dinero nunca reemplaza a
Dios, que es infinitamente superior. Pero las mujeres y hombres pueden llegar a
olvidarse del valor que tienen en sí mismos, y creer que solo van a tener
reconocida su importancia por los demás a través de su poder adquisitivo y por
los bienes que poseen. Y, en el colmo de ese raciocinio, absolutizan el dinero y
son capaces de hacer cualquier cosa para obtenerlo, abriendo mano de los
valores éticos y morales que sostienen la convivencia social.
Las mujeres y hombres que absolutizan el
dinero creen que todo y todos están a venta y suelen no respetar ni obedecer las
leyes y las autoridades.
También es posible que la supuesta seguridad
que los bienes materiales obtenidos por el dinero ofrecen aleje las personas de
Dios. Ellas piensan que ya no necesitan la Gracia y los favores divinos, porque
supuestamente el dinero que tienen puede comprar todo lo que ellas necesitan.
Específicamente en la vivencia y la práctica
religiosas, quien absolutiza el dinero menosprecia las relaciones interpersonales
basadas en la gratuidad y la generosidad. Considerando que o su “tiempo es dinero”,
cree que no vale la pena gastar tiempo con personas que poco o nada tienen a
ofrecer materialmente. Prefiere fiestas, eventos sociales y locales comerciales
a participar de celebraciones y eventos comunitarios. Tiene resistencia a compartir
los bienes materiales y considera las personas pobres perezosas, acomodadas e
incómodas.
Por eso, realmente es un peligro
absolutizar el dinero. Casi siempre quien lo hace se aleja de los valores del
Reino de Dios y de las enseñanzas esenciales de Jesucristo y de la Iglesia. No es
de balde que el amor al dinero es considerado una idolatría.
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