Los judíos, reconociendo que todo
pertenece a Dios y agradeciendo por sus bendiciones abundantes, reservaban los
primeros y mejores frutos de la cosecha, los terneros más fuertes y sanos del
rebaño, y los consagraban a Dios, entregándolos a los sacerdotes como una
ofrenda de amor. Más tarde, con el surgimiento del dinero, también era
entregada una parte de sus salarios. Los sacerdotes utilizaban esas ofrendas y
dinero para ayudar las personas más necesitadas, para realizar el mantenimiento
del templo y para su propio sostenimiento. Esa práctica de los
judíos se llamaba diezmo.
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