Un líder cristiano es - en primer lugar -
un discípulo de Jesucristo, un miembro de la Iglesia, y ejerce ese liderazgo
como una expresión de su amor y gratitud a Dios y un servicio responsable y
generoso a sus hermanos.
Más que “hacer” y “parecer” el líder
cristiano “es”, pues sabe que su servicio solo tiene valor si es ejercido como
testimonio personal de todo lo que cree, y sus actitudes reflejan lo que piensa
y dice.
Un líder cristiano - aunque pueda aprender
mucho con cursos y libros de entrenamientos ofrecidos por expertos líderes
sociales e institucionales - tiene como principal referencia de su liderazgo la
persona de Jesucristo, en su relación con los seguidores, discípulos y
apóstoles. Por eso, un líder cristiano es una persona de oración, que alimenta
una espiritualidad de comunión con Dios, con las autoridades de la Iglesia y
con sus hermanos de fe. Tiene vida sacramental y lee y medita las Sagradas
Escrituras.
Toma la iniciativa para aprender más y
servir mejor y más adecuadamente. Sabe escuchar más y hablar menos. Sabe
motivar e involucrar las personas para que participen más activamente de la
vida de la Iglesia, en comunión entre las comunidades, pastorales y
movimientos. Es obediente a las recomendaciones oficiales de la Iglesia y
manifiesta con gusto su aprecio por el Papa, los obispos y los padres y
diáconos.
Un buen líder estimula el buen
entendimiento y la reconciliación entre los hermanos de comunidad, y está
siempre atento a quienes afrontan dificultades personales y familiares,
motivando la comunidad para la caridad fraterna. Es una persona generosa y
trabajadora, creativa y organizada, alegre y disponible.
Un buen líder corta relaciones con los
chismes, con el autoritarismo, con la superficialidad, con el autopromoción,
con los privilegios etc.
Algunos cristianos tienen un liderazgo
innato, pero la gran mayoría de los líderes cristianos se forma a través del
compromiso con la santidad y con la excelencia, siempre en comunión.
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