segunda-feira, 9 de setembro de 2019

"No cometerás actos impuros". ¿Cómo enseñar y practicar el sexto mandamiento?


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Las mujeres y los hombres comprendieron que fueron creados sexuados para que pudieran crecer y multiplicarse, poblando la tierra y sometiéndola, conforme la voluntad del Creador. Dejando padre y madre para unirse y formar una sola carne, la mujer y hombre - bendecidos por Dios - engendrarían nuevas vidas a través de la intimidad sexual.
Diferente de los demás animales - que tienen su sexualidad limitada a la dimensión genital, instintiva y procreadora -, la mujer y el hombre tienen la racionalidad, la voluntad, la libertad y, principalmente, la capacidad de amar. De tal modo que la sexualidad humana va asociada a la afectividad.
El sexto mandamiento - “No cometerás actos impuros” - compromete el ser humano con el desarrollo y vivencia plena de la propia sexualidad, ayudándolo a dominar la dimensión meramente instintiva.
Todos saben que una de las características de la cultura contemporánea es el hedonismo, o sea, la búsqueda de la satisfacción sexual como un valor en sí mismo, sin restricciones ni límites. Son consecuencias del hedonismo: la maternidad/paternidad irresponsable, el aborto, las enfermedades de transmisión sexual, la prostitución, la industria pornográfica, la trata de personas, la pedofilia, la seducción de menores, las infidelidades conyugales, la unión libre etc.
A fin de preservar el ser humano y la sociedad en general de las consecuencias terribles del hedonismo, Dios se ofrece para caminar a su lado y ayudarlo-lo en el auto-dominio como expresión del amor propio y a los demás.
Las primeras comunidades cristianas comprendieron que el Espíritu Santo habitaba el cuerpo de los fieles, volviéndolos Sus templos y moradas.
Así, es necesario que las madres y padres (primeros responsables en transmitir la fe a los hijos), y catequistas enseñen los niños, adolescentes y jóvenes a glorificar a Dios también a través de la vivencia plena de la propia sexualidad, al final ellos son imagen y semejanza del Creador, fueron redimidos por el Salvador, y son habitados por el Santificador.
También deben vivir la castidad las personas solteras, las casadas, las viudas, las consagradas, los ministros ordenados, cada cual conforme su estado de vida y vocación. Deben vivir la castidad en los actos, pero también en los pensamientos y en las palabras.
En el camino de la santidad, las mujeres y hombres reciben de Dios la ayuda necesaria por medio de la oración constante y de los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación.



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