Este blog es para un chat entre el Pe. Luis Clever Cardozo, misionero estigmatino, con fieles católicos a través de preguntas y respuestas diarias. Participe.
Diferente del saludable y recomendado
Diálogo Interreligioso, el sincretismo es asumir enseñanzas y prácticas de
otras religiones en la propia experiencia religiosa, mezclando tradiciones y
confundiendo la fe de las personas con elementos incompatibles, sin coherencia.
El saludable y recomendable Diálogo
Interreligioso ocurre, de modo personal e institucional, en la apertura para
escuchar las diferentes tradiciones religiosas que, a lo largo de la Historia,
trataron de dar una respuesta a las preguntas existenciales que se refieren a
la transcendencia de la vida. Es la capacidad para presentar las propias
convicciones religiosas sin imponerlas a los demás, aprendiendo de las
diferencias y conviviendo con ellas, sin utilizar las religiones como excusa
para la violencia. Es poner el ser humano y la vida como base para la convivencia
pacífica y respetuosa, con consecuencias positivas para la vida social y para los
grandes problemas humanitarios y ecológicos.
“Católica” es su área de misión - todos los
pueblos y naciones
“Apostólica” es su Tradición, desde los
tiempos de las primeras comunidades cristianas - transmitida de generación en
generación por los sucesores de los apóstoles
“Romana” es su sede - el sucesor de Pedro,
actualmente el Papa Francisco, punto de unidad y comunión de los fieles, es el
obispo de la Diócesis de Roma
La Sagrada Escritura ocupa un
importante espacio en la Eucaristía. A ella se dedica la Liturgia de la Palabra,
que comprende lectura(s) del Primer y/o del Segundo Testamento, además de un
salmo y de lectura de un de los Evangelios. También están incluidas la Homilía y
la Oración de los Fieles.
La Homilía es una conversación familiar en la
cual quien preside la asamblea de los fieles ayuda en la reflexión sobre las lecturas
proclamadas, recalcando palabras, expresiones, frases, personajes, lugares y actitudes,
recuperando el contexto en el cual los textos fueron originalmente escritos - ubicándolos
en la Historia de la Salvación - y buscando su relevancia y sus clamores a la
asamblea de los fieles en la realidad en que ella está viviendo. Debe estar en
comunión con la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Según el Papa
Francisco, en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, la Homilía debe ser
breve (párrafo 138). En una Audiencia General, en Roma, en febrero del 2018, el
papa afirmó que la Homilía debe ser breve, bien preparada, sin exceder 10
minutos.
Los judíos, reconociendo que todo
pertenece a Dios y agradeciendo por sus bendiciones abundantes, reservaban los
primeros y mejores frutos de la cosecha, los terneros más fuertes y sanos del
rebaño, y los consagraban a Dios, entregándolos a los sacerdotes como una
ofrenda de amor. Más tarde, con el surgimiento del dinero, también era
entregada una parte de sus salarios. Los sacerdotes utilizaban esas ofrendas y
dinero para ayudar las personas más necesitadas, para realizar el mantenimiento
del templo y para su propio sostenimiento. Esa práctica de los
judíos se llamaba diezmo.
La tercera Persona de la Santísima
Trinidad, en el Primer Testamento el llamada en hebreo “ruah” - soplo, aliento
- y, mientras el Padre creaba el mundo con Sabiduría, Ella aleteaba sobre las
aguas. Los profetas hablaron a través de Ella. Llegada la plenitud de los
tiempos, por el “sí” de María, el Hijo fue engendrado a través de Ella. En el
Segundo Testamento es llamada en griego “pneuma” – dinamismo, ímpetu. Ella fue
enviada a los fieles por el Padre y por el Hijo para completar la obra de la
redención a través de la Iglesia. Es el Espíritu Santo ese soplo, aliento, dinamismo,
ímpetu que procede del Padre y del Hijo y es enviado a los fieles.
Alrededor del año 1967, en Estados
Unidos, comenzó a surgir entre laicos estudiantes y profesores universitarios y
sacerdotes de la Iglesia Católica Apostólica Romana, una experiencia ecuménica
de diálogo y oración con fieles y pastores de la Iglesia Episcopal Anglicana,
que luego se fue desparramando a otros países. Esa experiencia se inspiró en el
movimiento pentecostal y neopentecostal surgidos en iglesias protestantes de
los Estados Unidos. Se buscó conservar la identidad católica (como la
valoración de los sacramentos y la devoción a María) y fue añadido el destaque
al Espíritu Santo y a Sus dones y ministerios (como la oración en distintas
lenguas y la sanación y liberación). Ese movimiento ampliamente
presente en la Iglesia Católica, de inspiración pentecostal y neopentecostal, se llama RCC - Renovación Carismática Católica.
Las oraciones diarias oficiales de la
Iglesia Católica son: en primer lugar, la Eucaristía y, en segundo lugar, la
Liturgia de las Horas. A través de ellas los fieles santifican el Nombre de
Dios y, a la vez, van siendo santificados por Dios. A pesar de las diferencias
de idiomas y de huso horario, los fieles rezan a partir de los mismos textos
bíblicos, acompañando los diferentes tiempos litúrgicos y el calendario de
solemnidades y fiestas de la Iglesia. En la Liturgia de las Horas, los fieles
cantan o recitan himnos y salmos y cánticos del Primer y del Segundo
Testamentos, principalmente por la mañana (Laudes), por la tarde (Vísperas) y
por la noche (Completas). La Iglesia recomienda a todos los fieles que recen la
Liturgia de las Horas. Los fieles que asumieron públicamente el
compromiso de rezar la Liturgia de las Horas todos los días son quienes
recibieron el sacramento del Orden Sagrado (diáconos transitorios y
permanentes, sacerdotes y obispos).
Para que Dios se comunique al hombre
completo (inteligencia, afectividad y sentidos), la Iglesia utiliza los colores
litúrgicos (blanco, rojo, morado y verde) para ayudar a los fieles a acompañar
el cambio de los tiempos litúrgicos (Adviento, Cuaresma, Pascua, Común) y
expresar la identidad del misterio celebrado (divinidad, santidad, ministerio,
martirio). El color litúrgico utilizado por la Iglesia para celebrar
la fiesta de los apóstoles de Jesús es el rojo.
El Papa Francisco, en su triple misión
de gobernar, enseñar y santificar a los fieles, ha escrito 5 documentos, siendo
dos encíclicas y tres exhortaciones apostólicas. Las encíclicas son “Lumen
fidei” (“Luz de la fe”, 2013) y “Laudato si’” ("Alabado sea", 2015).
Las exhortaciones apostólicas son “Evangelii gaudium” (“Alegría del Evangelio”,
2013), “Amoris laetitia” (“Alegría del amor”, 2016) y la más reciente fue
publicada el 19 de marzo de 2018. Ella se llama La más reciente exhortación apostólica del Papa
Francisco se llama "Gaudete et exsultate" (¡Alégrense y exulten!).
Los ritos iniciales son la primera de las
cuatro partes del Sacramento de la Eucaristía.
Comprende el saludo inicial, el acto
penitencial y la oración colecta. Los domingos y solemnidades, se incluye
también el himno de alabanza (gloria).
La importancia de los ritos iniciales está
en ayudar los fieles a que se congreguen, siéntanse familia de Dios reunida,
siéntanse Su pueblo amado.
Los ritos iniciales se revisten de mucha
importancia especialmente en estos tiempos de individualismo y aislamientos. Es
una tarea urgente crear condiciones y generar un ambiente comunitario para que
los fieles interactúen mutuamente y se sientan importantes y valorados unos por
otros, en un clima de fraternidad, que tantas y tantas veces no consiguen probar
en la sociedad, el día a día, donde reinan la frialdad y la indiferencia.
Propiciar la comunión de los fieles es un
compromiso de todos: desde los ministros de la acogida (que reciben los fieles
en las puertas, dándoles una cordial bienvenida y, eventualmente,
consiguiéndoles un lugar para sentarse - especialmente a las personas con
necesidades especiales), el ministro responsable por la monición inicial
(mirando los fieles en los ojos, con una sonrisa en los labios, buena
pronunciación de las palabras y frases, introduciendo la asamblea en los ritos
que están a punto de comenzar), los ministros de la música (con canciones
alegres o suaves bien preparadas instrumental y vocalmente) y el ministro
ordenado (equilibrando calidades humanas y espirituales para acoger y reunir el
rebaño de Jesucristo que están presidiendo, preparando los fieles para la
Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística).
En una palabra: todos somos responsables para
que los Ritos Iniciales del Sacramento de la Eucaristía alcancen su sublime
objetivo de cambiar una multitud de personas en pueblo de Dios, en Asamblea
santa, en Cuerpo Místico de Cristo. Y esos criterios pueden y deben ser
repetidos en otros sacramentos y demás actividades promovidas por la Iglesia.
Un líder cristiano es - en primer lugar -
un discípulo de Jesucristo, un miembro de la Iglesia, y ejerce ese liderazgo
como una expresión de su amor y gratitud a Dios y un servicio responsable y
generoso a sus hermanos.
Más que “hacer” y “parecer” el líder
cristiano “es”, pues sabe que su servicio solo tiene valor si es ejercido como
testimonio personal de todo lo que cree, y sus actitudes reflejan lo que piensa
y dice.
Un líder cristiano - aunque pueda aprender
mucho con cursos y libros de entrenamientos ofrecidos por expertos líderes
sociales e institucionales - tiene como principal referencia de su liderazgo la
persona de Jesucristo, en su relación con los seguidores, discípulos y
apóstoles. Por eso, un líder cristiano es una persona de oración, que alimenta
una espiritualidad de comunión con Dios, con las autoridades de la Iglesia y
con sus hermanos de fe. Tiene vida sacramental y lee y medita las Sagradas
Escrituras.
Toma la iniciativa para aprender más y
servir mejor y más adecuadamente. Sabe escuchar más y hablar menos. Sabe
motivar e involucrar las personas para que participen más activamente de la
vida de la Iglesia, en comunión entre las comunidades, pastorales y
movimientos. Es obediente a las recomendaciones oficiales de la Iglesia y
manifiesta con gusto su aprecio por el Papa, los obispos y los padres y
diáconos.
Un buen líder estimula el buen
entendimiento y la reconciliación entre los hermanos de comunidad, y está
siempre atento a quienes afrontan dificultades personales y familiares,
motivando la comunidad para la caridad fraterna. Es una persona generosa y
trabajadora, creativa y organizada, alegre y disponible.
Un buen líder corta relaciones con los
chismes, con el autoritarismo, con la superficialidad, con el autopromoción,
con los privilegios etc.
Algunos cristianos tienen un liderazgo
innato, pero la gran mayoría de los líderes cristianos se forma a través del
compromiso con la santidad y con la excelencia, siempre en comunión.
La felicidad es una sensación que nosotros
los seres humanos tenemos cuando estamos en compañía de las personas que amamos
y que nos aman, cuando compartimos conocimientos y habilidades con las
personas, cuando realizamos actividades que distraen y relajan, cuando
alcanzamos los resultados deseados, cuando llegamos a ser todo lo que somos
capaces, cuando superamos miedos y traumas, cuando expandimos los sentimientos
y nos congregamos en fraternidad, cuando hacemos las personas y el mundo
mejores etc.
Nacemos para ser felices, realizando
nuestras capacidades físicas, psíquicas y espirituales. La felicidad necesita
ser experimentada durante el camino y no solo en la llegada.
Debemos invertir todos nuestros recursos para alcanzar la felicidad y
mantenerla, aún en los momentos de tribulaciones y dificultades, de
enfermedades y muerte.
Por supuesto que, para alcanzar y mantener
así la felicidad, es necesario proyectarse para más allá del angosto horizonte
del espacio y del tiempo, es necesario estar en comunión de amor con Quien nos
creó, Quien nos redimió, y Quien nos santifica.
La felicidad es el resultado de un esfuerzo
personal, pero también de un conjunto de decisiones sociales, políticas y
económicas que afectan los ciudadanos y que facilitan o estorban el alcance de
la felicidad.
Ser feliz no significa estar sonriendo a
todo momento ni dar carcajadas - aunque sean manifestaciones de personas
felices. Una persona puede experimentar la felicidad sin euforia, especialmente
en momentos difíciles.
No debemos acostumbrarnos a vivir sin
felicidad. Dios desea que seamos felices - no de modo egoísta o individualista
- sino en la búsqueda por la felicidad colectiva. Nadie tiene el derecho de
estorbar la felicidad de los otros.
Vivamos felices en el conocimiento de la
Voluntad de Dios y en su realización.
La Iglesia (palabra que viene del griego y
significa “asamblea") de Jesucristo es Católica (también del griego,
significa “universal”).
Ella es conformada por las mujeres y
hombres que profesan la fe de los apóstoles y que siguen a Jesucristo como
fieles laicos, consagrados, diáconos, presbíteros, obispos y cardenales, unidos
al obispo de Roma, llamado Papa.
La Iglesia Católica está presente en todos
los continentes del mundo, tan marcadamente diversos y ricos en culturas,
idiomas, tradiciones, realidades religiosas, sociales, políticas y económicas,
desarrollo humano etc.
Anunciando la misma Buena Noticia entre
personas y pueblos tan variados, la Iglesia, a la vez, enriquece las diferentes
tradiciones con la luz de la fe, y también es enriquecida con la contribución
de las culturas locales y de la reflexión del mensaje de Jesucristo a la luz de
las alegrías y tristezas, esperanzas y aspiraciones de las diversas naciones.
América Latina fue sumamente enriquecida
con la llegada del Evangelio a través de los colonizadores portugueses y
españoles al final del siglo XV. Es cierto que muchas veces los pueblos
originarios no fueron debidamente respetados y casi siempre oprimidos y
diezmados. Algunos pueblos forzadamente traídos a nuestro continente también
fueron maltratados y sufrieron crímenes contra la humanidad.
Por su enorme riqueza natural, América
Latina fue masacrada, violentada, robada y devastada, tanto en el pasado cuanto
en un pasado no muy lejano, tanto por pueblos extranjeros cuanto por los
propios habitantes.
Con una fe admirable, los católicos
latinoamericanos siempre buscaron acoger las enseñanzas de la Iglesia Universal
conservando sus raíces y tradiciones culturales - siempre que no eran
contrarias ni contradictorias con el Evangelio de Jesucristo.
La producción teológica y la reflexión de
la Palabra de Dios a partir de la realidad de nuestro continente siempre fueron
acompañadas por la Iglesia Universal y puestas a su disposición.
Merecen destaque las cinco conferencias del episcopado latinoamericano y
caribeño en Rio de Janeiro, Brasil (1955), en Medellín, Colombia (1968), en
Puebla de los Ángeles, México (1979), en Santo Domingo, República Dominicana
(1992), y en Aparecida, Brasil (2007).
Vale recordar que el actual Papa de la
Iglesia es el latinoamericano Jorge Bergoglio, que fue cardenal de Buenos
Aires, Argentina. Actualmente él enriquece la Iglesia Universal con las
referencias teológicas de nuestro continente.
De tal modo que nuestros católicos
latinoamericanos no sienten la necesidad de abandonar su legítima tradición y
caminata cristiana para imponer la cultura religiosa europea y romana. Aquí
vivimos nuestra catolicidad de un modo latinoamericano, ni mejor ni peor que
los demás pueblos y continentes, sino diferente y original.
La Iglesia es la comunidad de las mujeres y
hombres que creen que Jesús es el Hijo único de Dios, que se hizo Hombre para
la salvación de la humanidad a través de Su muerte y resurrección, y es reunida
y conducida por el Espíritu Santo enviado por Dios Padre y Dios Hijo.
A través del anuncio de la Buena Noticia y
del sacramento del Bautismo, la Iglesia genera mujeres y hombres nuevos, hijas
e hijos de Dios. La Iglesia acompaña los fieles y los alimenta con el Pan
Eucarístico y con el Pan de la Palabra de Dios, purificándolos por la
penitencia a través del sacramento de la Reconciliación.
Por generar, acompañar, alimentar y
purificar, la Iglesia recibe el título de Madre y Maestra, inspirándose en la
Madre de Jesús, Santa María.
El Cristianismo es una de las tantas
religiones presentes en el mundo, y el Catolicismo es una de las tantas
iglesias cristianas. Además, hay mujeres y hombres que se declaran ateos o que
viven su fe sin vincularse de modo confesional a ninguna religión o iglesia.
La Iglesia Católica posee una experiencia
acumulada de dos mil años respecto de la vida conyugal y de la educación a los
hijos. En el anuncio de la Buena Noticia, la Iglesia enseña a “honrar padre y
madre”, a “no cometer adulterio”, a “no desear la mujer del prójimo / el hombre
de la prójima”.
Para el sacramento del Matrimonio, la
Iglesia ofrece una formación pre-matrimonial, preparando la mujer y el hombre
para los compromisos de la vida conyugal conforme las enseñanzas de Jesucristo.
Además, la Iglesia posee pastorales y movimientos dedicados al acompañamiento
de las parejas, fortaleciendo su compromiso cristiano y su espiritualidad.
Para el sacramento del Bautismo, de la
Eucaristía y de la Confirmación, la Iglesia ofrece orientaciones a las madres y
padres para que acompañen y favorezcan el desarrollo de sus hijas e hijos como
seres humanos y como hijos de Dios. Además, la Iglesia posee Catequesis,
pastorales y movimientos dedicados al acompañamiento de los niños, adolescentes
y jóvenes - además de las instituciones educativas de inspiración católica
(escuelas, colegios, universidades etc).
A través del sacramento de la
Reconciliación y de la dirección/orientación espiritual, tanto las esposas y
esposos cuanto los padres e hijos tienen la oportunidad de renovar sus
compromisos y propósitos luego de la experiencia de debilidad y limitación.
La Iglesia recibió de Jesucristo - y para
eso ella es fortalecida por el Espíritu Santo - la misión de anunciar la Buena
Noticia a las mujeres y hombres de todas las naciones, no solo a los
cristianos.
Esa misión es cumplida por la Iglesia de
manera respetuosa, pues ella defiende el derecho de las personas respecto de la
vida conyugal y de la educación de los hijos según la recta consciencia. La
Iglesia entiende que el Estado es laico y, justamente por eso, también espera
que el Estado respete y permita que ella siga proponiendo la Buena Noticia de
la familia a las mujeres y hombres.
El dinero fue una invención humana para
reemplazar las antiguas prácticas comerciales basadas en el intercambio de
mercancías y productos, facilitando su compra y venta.
Para la propia subsistencia y también para
la de su familia, las mujeres y hombres necesitan el dinero, honestamente
obtenido por el trabajo realizado o por el servicio ofrecido.
Para que Dios “dé el pan de cada día”, la
persona necesita ejercer alguna actividad para generar renta y, a la vez,
permitir el desarrollo de la sociedad en la administración de los bienes
públicos.
En realidad, el dinero nunca reemplaza a
Dios, que es infinitamente superior. Pero las mujeres y hombres pueden llegar a
olvidarse del valor que tienen en sí mismos, y creer que solo van a tener
reconocida su importancia por los demás a través de su poder adquisitivo y por
los bienes que poseen. Y, en el colmo de ese raciocinio, absolutizan el dinero y
son capaces de hacer cualquier cosa para obtenerlo, abriendo mano de los
valores éticos y morales que sostienen la convivencia social.
Las mujeres y hombres que absolutizan el
dinero creen que todo y todos están a venta y suelen no respetar ni obedecer las
leyes y las autoridades.
También es posible que la supuesta seguridad
que los bienes materiales obtenidos por el dinero ofrecen aleje las personas de
Dios. Ellas piensan que ya no necesitan la Gracia y los favores divinos, porque
supuestamente el dinero que tienen puede comprar todo lo que ellas necesitan.
Específicamente en la vivencia y la práctica
religiosas, quien absolutiza el dinero menosprecia las relaciones interpersonales
basadas en la gratuidad y la generosidad. Considerando que o su “tiempo es dinero”,
cree que no vale la pena gastar tiempo con personas que poco o nada tienen a
ofrecer materialmente. Prefiere fiestas, eventos sociales y locales comerciales
a participar de celebraciones y eventos comunitarios. Tiene resistencia a compartir
los bienes materiales y considera las personas pobres perezosas, acomodadas e
incómodas.
Por eso, realmente es un peligro
absolutizar el dinero. Casi siempre quien lo hace se aleja de los valores del
Reino de Dios y de las enseñanzas esenciales de Jesucristo y de la Iglesia. No es
de balde que el amor al dinero es considerado una idolatría.
Las mujeres y los hombres comprendieron que
fueron creados sexuados para que pudieran crecer y multiplicarse, poblando la
tierra y sometiéndola, conforme la voluntad del Creador. Dejando padre y madre
para unirse y formar una sola carne, la mujer y hombre - bendecidos por Dios -
engendrarían nuevas vidas a través de la intimidad sexual.
Diferente de los demás animales - que
tienen su sexualidad limitada a la dimensión genital, instintiva y procreadora
-, la mujer y el hombre tienen la racionalidad, la voluntad, la libertad y,
principalmente, la capacidad de amar. De tal modo que la sexualidad humana va
asociada a la afectividad.
El sexto mandamiento - “No cometerás actos
impuros” - compromete el ser humano con el desarrollo y vivencia plena de la
propia sexualidad, ayudándolo a dominar la dimensión meramente instintiva.
Todos saben que una de las características
de la cultura contemporánea es el hedonismo, o sea, la búsqueda de la
satisfacción sexual como un valor en sí mismo, sin restricciones ni límites.
Son consecuencias del hedonismo: la maternidad/paternidad irresponsable, el
aborto, las enfermedades de transmisión sexual, la prostitución, la industria
pornográfica, la trata de personas, la pedofilia, la seducción de menores, las
infidelidades conyugales, la unión libre etc.
A fin de preservar el ser humano y la
sociedad en general de las consecuencias terribles del hedonismo, Dios se
ofrece para caminar a su lado y ayudarlo-lo en el auto-dominio como expresión
del amor propio y a los demás.
Las primeras comunidades cristianas comprendieron que el Espíritu Santo
habitaba el cuerpo de los fieles, volviéndolos Sus templos y moradas.
Así, es necesario que las madres y padres
(primeros responsables en transmitir la fe a los hijos), y catequistas enseñen
los niños, adolescentes y jóvenes a glorificar a Dios también a través de la
vivencia plena de la propia sexualidad, al final ellos son imagen y semejanza
del Creador, fueron redimidos por el Salvador, y son habitados por el
Santificador.
También deben vivir la castidad las personas solteras, las casadas, las viudas,
las consagradas, los ministros ordenados, cada cual conforme su estado de vida
y vocación. Deben vivir la castidad en los actos, pero también en los
pensamientos y en las palabras.
En el camino de la santidad, las mujeres y
hombres reciben de Dios la ayuda necesaria por medio de la oración constante y
de los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación.
“Tuve hambre y me dieron de comer. Tuve sed
y me dieron de beber. Era extranjero y me recogieron. Estuve desnudo y me
vistieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y me vinieron ver [...] Cada
vez que lo hicieron a uno de esos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicieron”
(Mateo 25, 35-36.40)
El cristiano reconoce en las personas necesitadas el propio Cristo que - de una
manera misteriosa, pero real - se identifica con todo y cada ser humano (por el
misterio de la Encarnación, Dios Hijo se hizo Hombre y se unió a la humanidad
de modo definitivo), especialmente con las personas más necesitadas.
El cristiano se esfuerza para ser otro Cristo, para vivir como Él vivió y tener
los mismos sentimientos, pensamientos y actitudes Suyos.
Durante Su vida terrenal y Su ministerio público, Cristo se acercó de las
personas más necesitadas, se relacionó con ellas, las tocó, conversó con ellas,
compartió alimentos con ellas, las defendió, les anunció la Buena Noticia de
Dios, afirmó que el Reino de Dios pertenece a los pobres.
Los apóstoles y los discípulos de Cristo
comprendieron muy bien Su testimonio y Sus enseñanzas. El Segundo Testamento
narra diversas acciones de Cristo y de las primeras comunidades cristianas en
favor de las personas necesitadas, en el sentido de promover su dignidad,
acompañándolas sin reemplazarlas.
Los que viven en las calles se encuadran en el inmenso y diversificado grupo de
las personas necesitadas.
Varios factores pueden determinar que
personas (incluso familias completas) pasen a vivir en las calles o sigan en
esa situación: migración, éxodo rural, desestructuración y degradación de las
familias, desempleo, miseria, deficiente educación básica y profesional,
consumo de drogas lícitas e ilícitas, criminalidad, indiferencia social,
discriminación, enfermedades degenerativas, abandono social, escasas
inversiones en proyectos habitacionales etc.
Sin dejar de anunciar la Buena Noticia de
Jesucristo de modo directo, los cristianos evangelizan los que viven en las calles
en el compromiso por la promoción de su dignidad, defendiendo sus derechos
junto a la sociedad y a sus representantes y dirigentes sociales, presentando
proyectos y participando de ellos activamente, facilitando el regreso a sus
familias y ciudades de origen, ofreciéndoles refugios en tiempos climáticos
adversos, movilizando la sociedad para conseguirles y distribuirles alimentos,
abrigos, cobijas, cuidando de su seguridad e integridad física,
posibilitándoles medios para higiene personal, tratamiento de salud y
administración de remedios, disponiendo casas de recuperación para suspensión
del consumo de drogas etc.
Los cristianos también hacen el necesario
diálogo con la iniciativa pública y privada para que los que viven en las
calles reciban educación básica y profesional, puedan organizarse para
desarrollar actividades que generen renta, puedan acceder a proyectos
habitacionales.
Estos y muchos otros trabajos son realizados por los cristianos junto a quienes
viven en las calles, especialmente con los niños, los ancianos y los enfermos.
Jesús - y la Iglesia, Su Cuerpo Místico -
quiere que las mujeres y hombres Le conozcan y Le amen y, como consecuencia de
ese conocimiento y amor, lleguen a servirLe en las personas, especialmente las
más necesitadas, tanto en la vida interna de la Iglesia cuanto en la
transformación de la sociedad conforme los valores del Reino de Dios.
Jesús era llamado de Maestro, de Rabí, de
Rabuní. Y realmente las personas que acogieron Sus enseñanzas crecieron
exponencialmente tanto como seres humanos cuanto como hijas de Dios.
Jesús dedicó gran parte de Su vida pública
a la tarea de preparar sus seguidores, a fin de que, por el cambio da su mente
y corazón, ellos pudieran contribuir en la expansión y el crecimiento del Reino
de Dios entre las mujeres y hombres.
Antes de llegar a ser apóstoles, el famoso
grupo de los Doce necesitó aprender los valores del Reino de Dios de manera
teórica y práctica, y recibir orientaciones bastante precisas sobre su
implementación entre las personas.
Jesús no fue - y la Iglesia tampoco debe ser - irresponsable enviando
seguidores sin preparación para la importante misión evangelizadora. Antes - y
también durante - el ejercicio del ministerio los apóstoles fueron debidamente
instruidos, primero por el propio Jesús y, en seguida, por el Espíritu Santo
Paráclito.
De tal modo que no conviene de modo algún
que un cristiano comience a ejercer apostolados en nombre de Jesucristo y de la
Iglesia sin una suficiente y profunda experiencia de conocimiento y de amor.
Cuando ese criterio no es debidamente
realizado, muchos contra-testimonios son observados, generando escándalos y
alejando las personas tanto de Jesús cuanto de la Iglesia.
Por supuesto, la espiritualidad y la
formación son permanentes y constantes en el proceso evangelizador; pero eso no
puede ser una excusa para confiar importantes ministerios a cristianos sin
preparación.
Seguramente existen muchas y buenas
excepciones - y alabado sea Dios por ellas.
Pero desafortunadamente las personas suelen
tener una imagen negativa de los funcionarios, principalmente quienes trabajan
en instituciones públicas, como hospitales, escuelas etc; suelen ser muy
criticados quienes tienen contacto con las personas, especialmente en la
oficina y atención.
Generalmente las críticas se refieren al
modo como tratan las personas: de manera formal, impersonal, sin contacto
visual, sin simpatía, con prisa, distraído con otras actividades o con
compañeros, con informaciones incompletas, sin objetividad ni iniciativa
personal, sin preparación para tomar decisiones, indiferentes, sin priorizar la
atención para ancianos, gestantes o personas con dificultad motora, que
privilegian los familiares y amigos etc.
Específicamente sobre los funcionarios públicos, las críticas se refieren a que
no se esfuerzan porque poseen un contrato laboral fijo y que no tienen
preocupación en quedarse desempleados.
Los cristianos que desarrollan algún
ministerio dentro de la Iglesia también necesitan quedarse atentos para que no
acaben volviéndose “funcionarios del sagrado”, desarrollando la misión que
recibieron de Cristo e de la Iglesia con las mismas actitudes de aquellos
funcionarios públicos displicentes.
Los ministros de la Iglesia deben ser
expertos en humanismo, sabiendo tratar las personas de la mejor manera posible,
como el propio Cristo las trataría; o mejor, tratarlas como lo harían con el
propio Cristo.
Por supuesto que cada persona tiene su
propio carácter, su personalidad. Pero es necesario que cada ministro de la
Iglesia tenga un compromiso personal con la amabilidad, con los buenos modales,
con el respeto, desarrollando su ministerio con amor y dedicación. Cuando se
sienta cansado, enfermo, estresado, con problemas personales, lo ideal sería
alejarse momentáneamente a fin de solucionar sus dificultades y, entonces,
retornar al ejercicio de su ministerio con alegría y entusiasmo.
El hermano mayor de la parábola del hijo pródigo tenía una relación formal y
fría con el padre, a pesar de estar siempre en su compañía. Jesús no quiso
relacionarse con sus discípulos como un Maestro con sus siervos. Él les trataba
como amigos. Así también debemos tratarnos unos a otros.
Qué Dios libre nuestros ministros laicos y
ordenados de volverse “funcionarios del sagrado”.
La estructura de la Eucaristía, desde los
ritos iniciales hasta la despedida y el envío, está completamente fundamentada
en la Biblia.
La inspiración y los mensajes principales de las Sagradas Escrituras están
presentes en la Eucaristía.
Cada momento litúrgico de la Eucaristía tiene su fundamento en la experiencia
judía del Primer Testamento o en la experiencia de los apóstoles o de las
primeras comunidades cristianas del Segundo Testamento.
Merece destaque la Liturgia de la Palabra,
por la cual los principales textos de las Sagradas Escrituras son leídos y
meditados en los ciclos semanales, dominicales y festivos.
Los principales gestos litúrgicos y aclamaciones durante la Eucaristía - como
también gran número de cantos litúrgicos - son inspirados en los mensajes
bíblicos.
La Liturgia Eucarística está estructurada a
partir de la Pascua de los judíos por Moisés y de la Pascua de los cristianos
por Jesús, transmitida por los apóstoles.
La propia comprensión y vivencia plenas del
misterio eucarístico solo es posible gracias a la lectura y meditación de las
Sagradas Escrituras.
Así, por lo que hemos visto, existe una profunda relación entre la Biblia y la
Eucaristía.
Es cierto que el cristiano tiene el
compromiso de leer, meditar y poner en práctica la Palabra de Dios durante los
365 días del año, todos los 12 meses y las 24 horas del día.
Pero también es cierto que muchísimos
cristianos no ponen en práctica ese compromiso.
Pensando en eso, podemos aprovechar el mes de septiembre - sugerido por la
Iglesia Católica - para practicar ese compromiso en la vida personal y familiar
y también en la comunidad, pastoral y movimiento que participamos.
En primer lugar, es necesario tener una Biblia - una buena Biblia: con un
lenguaje comprensible para los días actuales, con introducción a los libros
sagrados y notas en la parte inferior de las páginas que dan la interpretación
correcta de los versículos y palabras (conforme la Tradición de la Iglesia),
con mapas, con referencias y textos relacionados. Es cierto que existen
excelentes versiones digitales de la Biblia gratuitas y disponibles en
Internet. Pero nada reemplaza la Biblia impresa.
La Iglesia, con sus dos mil años de
sabiduría, propone a todos los católicos en todo el mundo las lecturas para
cada día. Conviene leerlas, meditarlas, primero de modo personal, luego en
familia (esposa con esposo, padres con hijos, abuelos con nietos) y,
finalmente, con la comunidad de los fieles, durante la Eucaristía diaria, con
la colaboración de la homilía (reflexión) ofrecida por el sacerdote.
Gracias a los medios de comunicación con inspiración católica (canales de radio
y televisión, revistas, páginas de Internet y aplicaciones para dispositivos
móviles), es posible hacer la meditación de las lecturas diarias propuestas por
la Iglesia.
Es bueno conocer y divulgar la Lectio
Divina (Lectura Orante de la Biblia), que es la metodología oficial indicada
por la Iglesia. Consiste en cuatro pasos, que inician después de la invocación
al Espíritu Santo: Lectura, Meditación, Oración y Contemplación. Puede ser
realizada individualmente pero también en familia y en comunidad.
Sería muy útil durante este Mes de la
Biblia realizar y participar de círculos bíblicos realizados en las casas de
las familias de la comunidad, la pastoral o el movimiento. Con la ayuda de
buenos materiales y de un asesor (teólogo, biblista), pueden ser realizados
estudios bíblicos, dedicándose a un libro por vez.
Podría haber sorteos de las Sagradas Escrituras en las Eucaristías dominicales,
en los encuentros de Catequesis. Podría ser leído el Evangelio de cada día
antes del inicio de las clases, de las actividades laborales, en diferentes
ambientes y grupos sociales. Podrían ser producidos y distribuidos versículos
bíblicos y marcadores de Biblia para los fieles, en las casas y apartamentos
etc. Podría ser dada mayor solemnidad al Leccionario (libro que contiene los
textos bíblicos proclamados durante la Eucaristía) los domingos, a través de
procesiones, el uso del incienso etc.